
A mediados del siglo XIX el escultor y fotógrafo Frederick Scott Archer propuso a la revista inglesa The Chemist que las fotografías se imprimieran sobre placas de cristal, previamente bañadas en nitrato de plata para hacerlas sensibles a la luz. El proceso, conocido como método del colodión, permitía obtener negativos con alto grado de detalle y ofrecía la posibilidad de sacar múltiples copias. Además, los tiempos de exposición podían reducirse a pocos segundos. El único inconveniente era que había que introducir la placa en la cámara y exponerla cuando aún estaba húmeda, de tal modo que las manos y los trajes se manchaban de negro. Para evitarlo, a partir de 1853 se inventaron varios tipos de placas secas. Y en 1886 la celulosa desbancaba definitivamente al cristal como superficie fotográfica con unos excelentes resultados.
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